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Aversión a la última Libertadores

  • Foto del escritor: Juan Ricardo Arenas Amaya
    Juan Ricardo Arenas Amaya
  • 4 feb 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 4 feb 2019

Boca Juniors y River Plate mostraron lo peor de la sociedad argentina y latinoamericana en el marco de la final de la última Copa Libertadores.

Hincha de River pidiéndole calma a la policía

Que se juega. Que no se juega. Que se aplaza un par de horas más. Que se juega al otro día. Que se posterga. Que se suspende. Que Asunción. Que Medellín por ofrecimiento del alcalde. Asoma Qatar asumiendo todos los gastos. Que se juega. Que no se juega. Que River está molesto. Que Boca lo está más. Que Angelici es un traídor, pregona D’onofrio. Que la Conmebol decide. Que el TAS. Que esto, que aquello. Que se juega. Que no se juega. Que sí. Que no. Y un día aparece Madrid con fecha y hora confirmada. Aparece el Bernabéu, que poco y nada tiene que ver con esto. ¿Se juega? Y sí, se juega.


La verdad, después de todo lo que paso, el partido final no me importó. No me interesó. Me supo a mierda. El resultado fue lo de menos. A partir de ese momento y hasta que acabó ese circo, me fue totalmente indiferente lo que pasó en el terreno de juego. Sentí una apatía y una desidia total. Desde que la definición de esa final se convirtió en negocio todo se pudrió. Ya no fue lo mismo. La pelota la mancharon y al fútbol quisieron matarlo unos tipos en traje, en comunión con los barras bravas, a los que únicamente les interesa lucrarse en este establecimiento en forma de pirámide que sus ojos ven.


Estamos ante un problema gigantesco y estructural que poco y nada tiene que ver con el fútbol. De hecho, el fútbol es lo de menos.

El origen de los hechos

En otras palabras, el problema de esto es estructural y gigantesco. No son simplemente ‘unos pocos’ como nos quieren hacer ver. El inconveniente acá es que existe un sistema totalmente adaptado a los barras bravas y su vínculo con los clubes y los dirigentes es real y tangible. Por ejemplo, el día anterior al partido, la Policía de la Ciudad de Buenos Aires allanó la casa de Héctor ‘Caverna’ Godoy, líder de Los Borrachos del Tablón, barra brava de River Plate, y encontró 300 entradas y 7 millones de pesos argentinos. Para que se hagan una idea, 7 millones de pesos argentinos son 600 millones de pesos colombianos. Como “consecuencia” y en venganza de ese allanamiento, la barra brava de River Plate orquestó el ataque al bus de Boca Juniors para que el partido no se jugara. Si nosotros no podemos ir a la cancha, no hay partido. Esa fue la premisa. Se sienten los dueños del fútbol gracias a la complacencia de los de arriba. Así que esta problemática no es de un pequeño grupo de desadaptados. Detrás hay toda una organización totalmente coordinada con una relación muy cercana entre dirigentes y barras bravas. ¿Alguna duda?


Y al final ganó el negocio. Al final, ganaron los dirigentes, que hacen crecer sus bolsillos, y los gamberros, que tiraron piedras al bus de Boca Juniors. Al final, el mensaje es el siguiente: aquí no ha pasado nada, muchachos, ustedes sigan tranquilos. Los vuelos a España se dispararon, los derechos de televisión están vendidos, las entradas se van a agotar. La Conmebol, Boca y River van a recibir una tajada grande de todo este baile de dinero. ¿Qué solución dieron al problema de la violencia? Venderla al mejor postor. Venderla al que ofreció más plata. Al final ganó el negocio y perdimos todos los demás. Perdimos los que amamos el fútbol más allá de los colores y vemos en él una herramienta de transformación social tremenda. Perdimos los hinchas de todos los demás clubes. Perdimos los que apreciamos la esencia del juego como tal. Perdimos porque se empieza a hablar de otro tipo de cosas y no de lo que pasa en el rectángulo, que es donde verdaderamente está la vida de este deporte.


Que siga el fútbol

Afortunadamente, hay vida más alla de Boca Juniors y River Plate. Por suerte hay fútbol más allá de este par de equipos. Gracias a Dios, el fútbol no muere con este partido fallido. Sin ellos la pelota no deja de rodar. Y esa misma pelota, tan caprichosa a veces, será la que se encargue de poner a esos codiciosos en su lugar. La Copa Libertadores de América, la que se llama así en homenaje a los próceres nacionalistas, padres de la patria, que cimentaron la creación de las naciones sudamericanas, se muda a España por un día en pro de una comisión con muchos ceros de por medio. Irónico, pero verídico.


El fútbol, en su infinita naturaleza, seguirá siendo de los que vamos a la cancha con la ilusión de un resultado positivo para olvidarnos, al menos por un rato, de las aflicciones de esta vida. El fútbol seguirá siendo de los hinchas que en él buscamos refugio. El fútbol seguirá siendo de los que no esperamos nada a cambio. Quedará manchado, pero seguirá. Ese mismo fútbol, que intentaron asesinar, servirá de terapia para lo que nos intentaron quitar. No todo está perdido. Aún.

 
 
 

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